No es para la Legión de María un gesto desprovisto de alcance ni un rito puramente convencional.
Es una bendicion de Dios que desciende sobre el Legionario y sobre el compromiso que acaba de adquirir, cubriéndolo de una armadura invisible. Sabe éste que tomar parte en el apostolado es entrar en un misterio de redencion, misterio de muerte y de vida. A cada paso y bajo mil aspectos el Legionario enlaza su vida con el sufrimiento de los demás: lo encuentra en las almas a las que se acerca en sus visitas y a las que deberá enseñar con tacto y con prudencia el secreto del sufrimiento meritorio. Aprenderá en si mismo que las almas se pagan a caro precio y, en más de una ocasión, saldrá de este combate contra el infierno fatigado y malherido.
El apostolado no es juego de niños, es una lucha, aunque espiritual, y Dios quiere que en esta lucha lo expongamos todo, hasta nuestra propia vida. Por eso el Legionario debe mirar de hito en hito a la cruz que se yergue sobre el Calvario, demandando gracia de perdón para todos los hombres.
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